Entre datos y sentido: el marketing como ciencia con alma

Una mirada desde la filosofía y las posibilidades del marketing como ciencia y práctica estratégica
Aristóteles, el gran clasificador del saber, dividió las ciencias en tres: las teóricas (como la física o las matemáticas), las productivas (como la medicina o la arquitectura) y las prácticas (como la ética o la política).
El marketing no es una ciencia exacta como la matemática, ni una ciencia teórica como la física. Es, más bien, una ciencia práctica, orientada a la acción y a la toma de decisiones estratégicas en contextos reales. A menudo se apoya en métodos científicos para entender al consumidor, segmentar el mercado o medir resultados, pero su esencia está en la praxis, no en la predicción precisa.
Y si afinamos más la mirada, encontramos que el marketing también se nutre de una visión filosófica. Se pregunta por la naturaleza del consumidor, los deseos, el comportamiento, el sentido de las marcas. Enfrenta preguntas ontológicas, como las que hacían los antiguos: ¿qué es realmente el valor?, ¿por qué preferimos una marca sobre otra?, ¿cuál es el propósito de lo que vendemos?

Así como la filosofía convivió y confrontó con las ciencias naturales a lo largo de la historia —corrigiendo excesos mecanicistas o reduccionistas—, el pensamiento crítico también puede enriquecer el marketing. Nos invita a no quedarnos en los dashboards y a pensar en el fondo de las cosas: el impacto que generamos, las necesidades que respondemos, los valores que promovemos.
Conclusión: el marketing puede operar con herramientas científicas, pero necesita de la filosofía para no perder su centro. De ambas se pueden sacar enseñanzas. La precisión de la ciencia nos da estructura; la profundidad filosófica nos da dirección. Y, como bien sabía Aristóteles, ningún conocimiento está completo si se olvida del “para qué”.