Vendedores: una filosofía de vida

Hay algo vivo que siempre sale a la superficie, que es el secreto de las relaciones humanas: el deseo de conectar. Esto es nuestra base como seres que se comunican continuamente. Estamos hechos para intercambiar información, emoción, sentimientos, objetos. Y nos llevamos algo a cambio, lo que sea.
Cuando hacemos este intercambio, en primer lugar, nos encontramos con un deseo, una emoción compartida, y luego, si la intención va más allá y hay un objetivo práctico, este momento único que une a dos personas se transforma y se materializa en un trueque de objetos concretos. Hay reciprocidad en este acto. Uno recibe, el otro también. Esto, podríamos decir, es la compra-venta.
Menudo crisol de emociones está hecho este momento. No siempre es del todo positivo, tampoco suele ser, por costumbre, negativo. Casi siempre es satisfactorio. Unos tendrán más o menos éxito en este balance; sin embargo, lo suyo es que haya equilibrio. Aquí nos encontramos.
Yo soy vendedor. Mi familia es de vendedores. Lo fue mi padre, uno de mis primeros maestros, así como mi suegro, un gran vendedor y una de las mejores que conozco hoy en día: mi esposa. Lo que sucede con la mayoría de la gente que no se dedica específicamente a las relaciones comerciales, no percibe la alegría que sentimos los vendedores cuando nos encontramos con esta sintonía.
Uno de estos momentos de profunda conexión me lo relató mi mujer. Estaba en una reunión, conversando distendidamente con una alta ejecutiva de una cadena de centros veterinarios. Según ella, muy profesional y elegante. Me enfatizó la importancia que tenía este grupo para sus objetivos. Se disculpaba por su insistencia en mantener la reunión con ella y la directora le decía muy amablemente que era un problema de falta de tiempo y que no se preocupara. Sin más, mi esposa le dijo:
—Te voy a contar una historia que viví en casa. Mi hijo está en el último año de Medicina y llegó de la facultad con unas muestras de productos de dermatología, de muy alto nivel. Entonces yo le dije: “¿De dónde has sacado esto?” Él me dijo: “Mamá, ¿sabes aquellas personas, aquella gente pesada que se pasa la vida ‘atormentando’ a los médicos?” Entonces, le pregunté: “¿Quién? ¿Aquellos que pagan tu universidad? ¿Como tu padre y yo?”
Nos reímos a carcajadas. Ella tuvo que apoyarse en la mesa de tanto que se reía.
—Sabes —me dijo finalmente—, ella es una de esas personas que podría ser mi amiga.
Esta es nuestra necesidad vital, lo que somos, lo que compartimos. Esta condición que nos hace trabajar, obrar y actuar es por algo más. No solo por la supervivencia, sino por este algo vivo: el secreto de las relaciones humanas.