Redes sociales: Transformación y aislamiento en el mercado digital

Estamos atravesando un momento crítico de aprendizaje y transformación en la humanidad, especialmente en la forma en que nos entendemos y relacionamos como seres humanos.

El debate sobre las redes sociales es un reflejo claro de esta complejidad. Es posible que ahora mismo seamos la generación post-COVID-19, marcada por la inteligencia artificial recién creada y sus algoritmos en constante evolución, similares a un virus que se propaga y encuentra hospedaje tanto en nuestros cuerpos como en nuestra conciencia. Estos dos factores combinados han cambiado nuestra realidad de formas inimaginables, y aún no conocemos el alcance que esto tendrá. Estamos tan solo al principio.

Contrasto las normas comunitarias de Instagram en pleno apogeo de los cambios que surgen a raíz de los movimientos políticos en algunos países occidentales y el papel que estas plataformas tienen en las elecciones. Es de agradecer que tengamos comportamientos éticos y respetuosos entre los usuarios. Rousseau postulaba que los seres humanos poseen una naturaleza intrínsecamente buena. Es decir, él quizás confiaría en que, naturalmente, todo aquello que no fuese adecuado sería eliminado de la red social. Sin embargo, la visión optimista de Rousseau ha sido rechazada por la mayoría del pensamiento filosófico posterior. Por ello, necesitamos que los códigos de buena conducta, así como las normativas civiles y penales, sean los que organicen nuestra convivencia en el mundo digital. En este contexto, la verificación de datos tendría el sentido de regular este mundo virtual, que a menudo parece fuera de control.

Queremos proteger a nuestros hijos y adolescentes, quienes, en muchos casos, no están preparados para manejar la carga viral de información basura a la que están expuestos. Al mismo tiempo, defendemos la libertad de expresión y deseamos acceso a toda la información posible. Sin embargo, lamentamos que, en esta transición hacia el mundo digital, se haya perdido parte del contacto social presencial que antes teníamos. Aunque, quizás sea mejor así, haya visto lo que sucedió en Brasil con la prohibición temporal de X previo a las elecciones estaduales, que han generado debates intensos sobre el equilibrio entre libertad y regulación. Este incidente, que involucró al Supremo Tribunal Federal y al multimillonario Elon Musk, puso en evidencia los peligros de una regulación excesiva y arbitraria.

Por otro lado, figuras como Mark Zuckerberg, al igual que Musk, han decidido reducir los equipos de profesionales contratados para supervisar contenido en plataformas como Meta o X. Esto ha generado consecuencias inmediatas, como la pérdida de empleos de estos revisores, aunque podríamos suponer que esta situación les permitirá buscar trabajos que no estén relacionados con el ejercicio de control y censura, con lo negativo que esto conlleva.

Mientras tanto, las normas de buena conducta existen, pero el modelo predominante parece ser el laissez-faire, una autorregulación delegada a los propios usuarios, reminiscente del liberalismo político-económico de sus orígenes.

En este contexto, conviene mencionar las obras distópicas de Orwell y Huxley. En 1984, Orwell imaginaba un mundo donde la información era inexistente, los libros estaban prohibidos y la población era controlada mediante el miedo. En contraste, Huxley, en Un mundo feliz, planteó que no sería necesario prohibir libros porque ya habría exceso de información, la búsqueda de placer y la falsa ilusión nos alienarían aún más. En este segundo escenario, el control se ejerce a través del entretenimiento, del amor falso y de la saturación de estímulos. Esta forma de control es mucho más fácil y potente.

Poco importa lo que la gente vea o deje de ver: contenidos prohibidos, violaciones, asesinatos en directo, desnudos integrales o bulos increíbles. Queremos elegir y, actualmente, la tendencia es dejarlo ser así. El individuo está en el control. Queremos tener la vida de los influencers, vestir como ellos, hacer lo mismo que ellos y tener sus vidas. Desaparece nuestra identidad y nos convertimos en seres iguales. Estamos redefiniendo el estándar de nuestra imagen de ser humano. Algunos pensarán que aún queda tiempo para reinventarnos.

La investigadora Renée Di Resta lo sintetiza bien: “El problema no es la desinformación, sino la gente que solo quiere información que la haga sentir cómoda y feliz”. O quizás no; tal vez también buscamos desgracias, para sentirnos menos miserables en comparación. Parecemos no querer tener conciencia, nuestro cerebro y sus impulsos automáticos nos controla. Estaremos programados en buscar siempre una novedad, un “me gusta” en los posts, la traducción de la satisfacción inmediata. Y con esta dopamina “artificialmente” liberada de forma constante, nos desensibilizamos y entramos en un círculo vicioso de insatisfacción: menor sensibilidad al estímulo – menos motivación y disfrute – más estrés y ansiedad – más estímulos erróneos y vacíos.

Así es como diversos estudios han advertido sobre los peligros de este fenómeno, especialmente entre adolescentes y jóvenes. Como señala Andrea Domínguez Torres, de La Voz de Lanzarote, las redes sociales fomentan el aislamiento y aumentan el riesgo de padecer depresión y suicidio: “Los otros viven más felices, con vidas más conectadas y hacen sentir a los usuarios más aislados socialmente”. La depresión en la adolescencia es, en muchos casos, la incapacidad de sentir; todo parece irreal, sin sentido. Este vacío existencial lleva al individuo a la despersonalización, a sentirse desconectado de todo y de todos, alcanzando niveles extremos de soledad y, en ocasiones, perdiendo la razón de vivir.

Hoy, mientras escribo estas líneas, la hija de una amiga está siendo enterrada. Otra víctima de este mundo aislado que habitamos. Su transición de género, llevada a cabo con éxito, no fue, al parecer, la solución que buscaba. Su muerte deja un vacío inmenso en su familia y amigos, que ahora intentamos comprender qué pudo haber sucedido. Las relaciones sociales son, en efecto, complejas, volubles e imperfectas. Por más que existan reglas escritas, estas no siempre son suficientes para guiarnos en nuestra vida. Hay mucho más detrás de todo esto, mucho más.

Pérez Colomé, J. (2025, 8 de enero). Renée DiResta, investigadora: «El problema no es la desinformación, sino la gente que quiere solo información que la haga sentir cómoda y feliz». El País.

Domínguez Torres, A. (2025, 18 de enero). Las redes sociales impulsan el aislamiento y el riesgo de padecer suicidio. La Voz de Lanzarote. https://www.lavozdelanzarote.com